jueves, 15 de mayo de 2008

"Yo restablecí la paz descabezando a los hombres y vendiendo sus cráneos como amuletos.

José Antonio Ramos Sucre, poeta venezolano, nació en Cumaná, estado Sucre el 09 de junio de 1890; murió en Ginebra el 13 de junio de 1930, "víctima de su propia soledad".
Olvidado durante algún tiempo es reconocido y admirado internacionalmente a partir de la década de los cincuenta. "Los críticos de su época lo habían definido como un poeta cerebral, impermeable a las respiraciones de la vida, y por tanto, condenado a la creación de paisajes irreales o abstractos. Sus textos permitían adivinar, sin embargo, detrás de un sutil enmascaramiento, una historia de soledad, neurosis y desinteligencia con el medio."(2)
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El mandarín




Yo había perdido la gracia del emperador de China.


No podía dirigirme a los ciudadanos sin advertirles de modo explícito mi degradación.


Un rival me acusó de haberme sustraído a la visita de mis padres cuando pulsaron el tímpano colocado a la puerta de mi audiencia.


Mis criados me negaron a los dos ancianos, caducos y desdentados, y los despidieron a palos.


Yo me prosterné a los pies del emperador cuando bajaba a su jardín por la escalera de granito. Recuperé el favor comparando su rostro al de la luna.


Me confió el debelamiento y el gobierno de un distrito lejano, en donde habían sobrevenido desórdenes. Aproveché la ocasión de probar mi fidelidad.


La miseria había soliviantado a los nativos. Agonizaban de hambre en compañía de sus perros furiosos. Las mujeres abandonaban sus criaturas a unos cerdos horripilantes. No era posible roturar el suelo sin provocar la salida y la difusión de miasmas pestilentes. Aquellos seres lloraban en el nacimiento de un hijo y ahorraban escrupulosamente para comprarse un ataúd.


Yo restablecí la paz descabezando a los hombres y vendiendo sus cráneos para amuletos. Mis soldados cortaron después las manos de las mujeres.


El emperador me honró con su visita, me subió algunos grados en su privanza y me prometió la perdición de mis émulos.


Sonrió dichosamente al mirar los brazos de las mujeres convertidos en bastones.
Las hijas de mis rivales salieron a mendigar por los caminos


JOSÉ ANTONIO RAMOS SUCRE