domingo, 8 de marzo de 2009


TERESA DE LA PARRA
IFIGENIA: DIARIO DE UN SEÑORITA QUE ESCRIBÍA PORQUE SE FASTIDIABA



Escritora venezolana de principios del siglo XX, sólida presencia femenina en las letras criollas. Autora de “Ifigenia: Diario de una señorita que escribía porque se fastidiaba”, “Memorias de Mamá Blanca” y otras obras de menor extensión. De su puño queda un completo epistolario y el diario de sus últimos años de vida, profundamente afectados por la enfermedad que la arrastró a la muerte a la edad de 46 años.

La autora mezcla en esta controversial novela tres elementos que la inmortalizaron: una dura crítica social hacia la situación de las mujeres de su época, el talento para retratar sólidos personajes de una psicología profunda, y un lenguaje refinado, expresivo.


“Todo ello, aderezado con el límite sutil de la ficción y la realidad de su internado en Europa y su posterior llegada a una Caracas aún colonial, desembocan en el premio de la Casa Editora Ibero-Franco-Americana de París (1924), la publicación en francés de Ifigenia dos años más tarde, y una ola de críticas favorables y adversas en cuanto a su obra. Escritora venezolana de principios del siglo XX, sólida presencia femenina en las letras criollas. Autora de “Ifigenia: Diario de una señorita que escribía porque se fastidiaba”, “Memorias de Mamá Blanca” y otras obras de menor extensión. De su puño queda un completo epistolario y el diario de sus últimos años de vida, profundamente afectados por la enfermedad que la arrastró a la muerte a la edad de 46 años.

La autora mezcla en esta controversial novela tres elementos que la inmortalizaron: una dura crítica social hacia la situación de las mujeres de su época, el talento para retratar sólidos personajes de una psicología profunda, y un lenguaje refinado, expresivo.


“Todo ello, aderezado con el límite sutil de la ficción y la realidad de su internado en Europa y su posterior llegada a una Caracas aún colonial, desembocan en el premio de la Casa Editora Ibero-Franco-Americana de París (1924), la publicación en francés de Ifigenia dos años más tarde, y una ola de críticas favorables y adversas en cuanto a su obra.



Fragmentos
Pues yo por el contrario, no me escandalizo de nada, porque tengo un alma profundamente “naturista” y adoro con ella la verdad sencilla de las cosas. (...) Yo creo, por ejemplo, con entera certeza, que el pudor es el único responsable de que exista el impudor (...) Y si no dime: ¿se visten las azucenas, tía Clara? ¿se visten? ¿Se visten las palomas? Y ya ves cómo sin vestirse predican la pureza y son el símbolo de la castidad. El vestido es la causa del impudor. Si las palomas se vistieran, nos escandalizaríamos al verlas volar, porque levantarían probablemente su vestido con el movimiento de las alas, y esto desde abajo haría un efecto muy indecente. Pero como nunca se visten, son siempre igualmente pudorosas, es decir, que han tenido el talento de hacer puro el impudor, y ese talento lo poseen ellas sencillamente, porque hasta sus oídos no han llegado rumores todavía de que exista la moral. Si nosotros hiciéramos también como las palomas y como las azucenas, seríamos tan puros como ellas. El origen lógico del vestido, su objeto práctico, es preservarnos del frío o bien cubrir y disimular la inarmonía de líneas” ...
Todo ello, aderezado con el límite sutil de la ficción y la realidad de su internado en Europa y su posterior llegada a una Caracas aún colonial, desembocan en el premio de la Casa Editora Ibero-Franco-Americana de París (1924), la publicación en francés de Ifigenia dos años más tarde, y una ola de críticas favorables y adversas en cuanto a su obra.
* * *
... “me afligía muchísimo más todavía el pensar que yo había trabajado sin tregua leyendo y estudiando, a fin de instruirme, y adquirir así un nuevo adorno o atractivo, el cual en lugar de ser tal adorno o atractivo, resultaba de repente, según acababa de declarar rotundamente Leal, una condición desventajosa, feísima y chocante en una mujer: ‘¡la mujer bachillera!’
(...)
y ahora, para poder gustar a Leal: ¿cómo limpiar mi cabeza de esta barahúnda de lecturas acumuladas en más de dos años, las cuales, a modo de informe nebulosa, flotarán eternamente en ella?
(...)
me di a considerar que al fin de cuentas, la ignorancia era muchísimo más liberal que la sabiduría, puesto que de un ignorante se puede hacer un sabio, mientras que de un sabio no puede hacerse jamás un ignorante. Entonces, sentí durante un minuto la nostalgia de las cosas irremisiblemente perdidas" ...

1 comentario:

Ceniciento Longinus Jose Luis Colombini dijo...

por Eddie Abramovich
( y por supuesto suscripto por mí)
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Hoy quiero ser mujer por un día.

Estar en Darfur y saber qué se experimenta cuando mi cuerpo es botín de guerra de las tropas sudanesas.

Estar en Kosovo y saber qué se siente cuando un soldado de la ONU, bien pagado y alimentado, me exige mi cuerpo a cambio de una ración de comida para mis hijos.

Entrar a un juzgado como abogada y sentir la humillación de que un secretario me mire el culo en lugar de mirarme a los ojos.

Entrar con mi guardapolvo de médica a la cafetería de un hospital y verificar que mis colegas varones cuentan los chistes e historias más soeces cuando yo estoy presente.

Ser la hija púber de una puestera en el noroeste argentino y oír cómo el patrón le reclama a mi madre que me entregue a él esta noche. O una niña aborigen violada por chicos blancos absueltos por jueces blancos en un fallo de toda negrura.

Cumplir quince años y pedirles de regalo a mis padres unas tetas de silicona y ver cómo ellos me lo conceden sin tratar de persuadirme de lo contrario. Tratar de entender por qué todas mis amigas también parecen ser infelices, devaluadas y despreciadas mientras no consiguen sus nuevas tetas de silicona.

Cumplir alguna edad por encima de los 50 y enterarme de que mi esposo cuenta por ahí, entre risotadas, que soy una bruja gorda, y tratar de entender por qué nunca se ocupó de avisarme que me había convertido en una bruja gorda. Tratar de recordar cuándo fue la última vez que me compró algo bonito o me elogió los zapatos, o se dio cuenta de que había cambiado mi peinado. O en todo caso, la última vez que comentó conmigo un libro, una película o una noticia del diario.

Querer ir a la escuela para aprender a leer en Guinea Ecuatorial, Ghana o Burkina Faso y saber qué se siente cuando me dicen que no, que no necesito leer para atender con mis manos desnudas una labranza cada año menos provechosa.

Ir a una comisaría a denunciar un abuso sexual y saber qué se siente cuando dudan de mi palabra o me convierten en sospechosa.

Ir a otra comisaría a denunciar que mi marido o novio me molió a golpes y tratar de entender por qué me preguntan si, en realidad, no me caí por la escalera.

Quiero por un día ser una mujer bosnia, o rwandesa, o juarense(de Ciudad Juárez, recuerdan?), o tucumana, o dominicana, o guatemalteca. O una de las quince mil niñas expulsadas de las escuelas en Tanzania en sólo tres años por quedar embarazadas. O una de ese veinte por ciento admitido de mujeres de los 27 países de la Unión Europea que sufren algún tipo de violencia doméstica. O una obrera u oficinista norteamericana empleada en esa automotriz japonesa que inventó el "control total de calidad", para experimentar cómo es esperar diez años para que mi sindicato me asista en una demanda por acoso.

Quiero tener por un día ojos de mujer para mirar desde ahí la grotesca miseria del machismo.

No puedo hacer nada de esto, claro.

A duras penas puedo imaginarlo, y es tanto el horror, tan furiosa la indignación que me provoca, que me parece que únicamente las mujeres pueden tener el coraje y el instinto para resistir todo esto y, si sobreviven, seguir adelante.

No es necesario ni útil, tampoco, que yo imagine ser mujer por un día. Las mujeres tienen, en otras mujeres igualmente valientes, voces suficientemente autorizadas. Todo esto está dicho, denunciado, recopilado, documentado, registrado. Todo esto ha sido una y otra vez reclamado a gobiernos y organismos internacionales, a las democracias, las autocracias y las teocracias.

Pensándolo bien, creo que hoy preferiría ser gallego.

Sí, gallego, porque me he enterado de que en Galicia se ha formado una organización de varones, la primera, dedicada a combatir y erradicar el machismo. Gallegos, los de los chistes de gallegos, de cejas hirsutas y acento montaraz, fueron pioneros en las agrupaciones y foros contra el machismo que luego se replicaron en toda España.

Quisiera tener por aquí cerca a un grupo de pares, de varones, que pudiéramos marchar hoy con esa pancarta que dice "no seas macho, sé hombre" que vi por televisión en unas marchas en Lugo y Santiago de Compostela.

Quisiera que, dentro de un año, el 8 de marzo, la lista de triunfos en favor de la igualdad de las mujeres sea, de una vez por todas, mucho más larga que la lista de agravios.
Hoy no seré mujer, ni siquiera por un segundo. Pero me sentiré cerca de cada mujer. Y de cada hombre que se sienta cerca de cada mujer. Muy cerca.